Noche. La noche me abraza con un velo de oscuridad y niebla. Siento que soy parte de esa oscuridad a través de la que me deslizo, oculta en las tinieblas, mientras avanzo envuelta en mi capa violeta a través de aquél sendero del bosque. Aves nocturnas aportan a la silente y fría nocturnidad su musical cántico nocturno, una nana de niebla tenebre y sólida que le canta a la noche en una melopea letánica, casi siniestra. No hay nadie más que yo en aquella brumosa senda que recorro despacio, tan despacio como avanza la niebla
A través de los altos sáucos, puedo ver los tejados de Frau Holle. Aquél hospicio se aparece a través de la niebla, como lo que de verdad es: hogar de nadie, reducto de los que lloran porque no tienen nombre porque ninguna madre se lo dio. Escucho la noche. Aves. Viento. Niebla. Vacío.
Llego a la parte trasera del orfanato. Una puerta de madera, tan pobre como el resto del edificio, es lo único que me impide entrar. Un simple Alohomora abre la puerta y entro al interior del convento, unas cocinas que aún huelen a la lumbre que debió estar encendida hasta hace poco, pero en Frau Holle, hasta la leña es un bien preciado y no debe desaprovecharse. Camino sigilosa por las cocinas y salgo a un pasillo. Lo recorro en busca de las escaleras, las cuales encuentro poco después, y subo despacio, para que los escalones de madera, no cedan bajo mis pies. En la planta superior, el olor a humedad es aún más intenso. No me muevo. Solo escucho el silencio tan vívido que hasta puedo oírlo. Camino hasta una de las puertas, y muy despacio, la abro. Dentro, varias camas dispuestas en hileras, albergan a las religiosas que en un dormitorio común, duermen tras haber cuidado de los huérfanos con lo poco que tienen para darles
Cierro la puerta, tan despacio como la he abierto. La madre superiora del convento nunca duerme con el resto de las hermanas. Al fondo hay otra puerta. Entro sigilosa, tanto que hasta yo me sorprendo de mi levedad. Una sola cama, angosta, en una habitación con más aspecto de celda que de otra cosa, me deja ver a una anciana mujer, con la cofia ceñida a la cabeza, anudada bajo la barbilla. Una sonrisa macabra se aventura a surcar mi rostro. Me lo ha puesto fácil. Antes de matarla... Ya lleva puesta la mortaja
Cierro la puerta detrás de mí. Avanzo hacia la angosta cama en la que la monja duerme, con la barbilla caída, los resecos labios dejando escapar ronquidos rítmicos. Varita en mano, apunto a su pecho mientras la cojo del camisón con la mano izquierda, tirando de ella La monja abre la boca de forma cómica y su gesto de terror me arranca una sonrisa. Es flaca y frágil, y yo la levanto casi sin esfuerzo. Sus artítricas manos arañan el aire
-¡Socorro! -Dice, antes ni siquiera de verme.
-Cállate, vieja -Digo, poniéndote la varita en el cuello con fuerza. La idea de saberte muggle e indefensa, me hace más feliz aún. Ni siquiera sabe que le estoy apuntando con algo poderoso, y en cambio se retuerce de terror creyendo que se trata de un palo-. Si te portas bien, no seré mala contigo, vieja...
Murmuro, y me siento al borde de la cama. La vieja respira como si no supiera respirar. Gime como si tuviera miedo. Tiene miedo. Olfateo el aire. Juraría que la monja se ha orinado, o es que huele a orín rancio
-¿Te vas a portar bien? -Le digo.
La monja une sus manos cerca de su pecho
-Por favor... No le haga daño a los niños...
Un chistido siseante sale de mis labios, entre mis dientes:
-Dime quien trajo aquí a Liesel Lehner, y me iré de aquí tan inesperadamente como he venido... Pero... -Levanto la mano, con el dedo índice alzado- Solo si eres buena, ¿eh? -sonrío.
La monja asiente con la cabeza, muy nerviosa:
-Liesel Lehner... La recuerdo... Era como una madre para todos nuestros huérfanos. Cuidaba de todos los niños... Era un ángel para nosotros... -titubea. Traga con fuerza y prosigue-. El año pasado su nuevo tutor decidió no traerla de vuelta cuando saliera del internado en el que estudia durante la época estival y...
Tiro con fuerza de su camisón, y la anciana emite un quejido de dolor:
-A mí eso no me interesa, vieja. ¿Cuándo la trajeron y quién?
La vieja asiente, con las manos extendidas hacia mí
-Llegó siendo un bebé... La trajo un hombre... Un hombre de cabello rojo, no era de por aquí... Se llamaba Dieter...
Un hombre, de cabello rojo, Dieter... Aquellos datos me resultan insuficientes
-¿Y qué quieres que haga, vieja? ¿Que vaya por toda Alemania buscando a pelirrojos que se llamen Dieter? -Vuelvo a tirar de su camisón. La vieja gime de dolor, por la fuerte sacudida en sus frágiles huesos-. ¿Cómo se apedillaba? -mascullo.
La vieja tiembla. Algunas lágrimas patéticas la recorren el rostro cortado de arrugas:
-A la niña la dejó con un pañuelo... Un pañuelo bordado en el que ponía Liesel Lehner... No sé más... No se más se lo juro... ¡Lo juro!
Implora. Suplica. La suelto con brusquedad y la vieja cae sobre la cama, mientras yo me levanto. Chasqueo la lengua y digo:
-Pues no has sido tan buena como me hubiera gustado... Has chillado mucho, vieja -Apunto con mi varita-. ¡Avada Kedavra!
Sus gritos se silencian tan pronto que la rapidez con la que llega la muerte, me resulta fascinante. Un segundo y todo termina. Los gritos se silencian, el corazón se para, pero la noche continúa. La puerta se abre a mis espaldas. Oigo una voz suave, que entra a la estancia junto a la luz de una vela temblorosa:
-¿Ordensschwester? *
Me vuelvo. Una monja de mediana edad aparece en el umbral Su sombra se proyecta en el suelo, y cuando me ve, su cara se descompone en terror. Después ve a la madre superiora, con la muerte apostada en el grotesco gesto con el que la muerte la sorprendió. Retrocede un paso y su rostro se desfigura en un grito que no llega a dar
-¡Avada Kedavra!
La vela de la monja cae de su mano antes de que ella se desplome en el pasillo. Ahora es solo un patético bulto en el suelo, algo vacío e inerte, con los ojos abiertos de par en par, pero que ya no miran hacia ninguna parte. Salgo de la celda pasando por encima del cadáver de la monja. Trago saliva. Dos muertes... Dos muertes en el orfanato que es propiedad de mi señor, sin contar con su consentimiento. De enterarse, acabaría averiguando que he sido yo. Miro la vela en el suelo. Aún sujeta en su palmatoria, ha rodado hasta dar contra la pared. Con mi varita, hago levitar la vela y la llevo hasta la ventana, junto al borde de la cortina. Aprovecho que está ahí para que una llamarada de fuego abandone mi varita y prenda la cortina con rapidez. El fuego prende deprisa en aquella celda. Las llamas lo lamen todo en cuestión de minutos. Madera vieja... Es todo lo que necesita una chispa para que se convierta en un incendio. Frau Holle se reducirá a cenizas... Los huérfanos morirán abrasados. Y mi señor nunca sabrá que estuve ahí. Un incendido en un orfanato viejo, ¿Hay algo más sencillo que eso? Bajo las escaleras aprisa mientras un humo negro empieza a fluir por doquier... Huyo de allí antes de que el fuego se apodere de aquél orfanato y me atrape entre sus llamas
*Hermana
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